Visita el artículo original en el Diario de Pontevedra - Rodrigo Cota
Vivir el café
Yo me encontraba perdido. Mi vida carecía de sentido hasta que descubrí el verdadero café. Hasta entonces, cada día me despertaba y bebía un brebaje cualquiera al que todos llamaban café. Lo único que yo le pedía al café era que tuviese cafeína. No distinguía entre una taza de café y una de lejía siempre que una y otra contuviesen cafeína. Imagínese usted en qué abismo había caído yo. Una desgracia.
La verdad me fue revelada en El club del café. Llegué allí arrastrando mi desgracia y pedí un café para despejarme. Me lo sirvieron y le puse azúcar con indiferencia, que era como yo lo hacía todo. Lo revolví sin saber qué sería de mi vida y la verdad me fue revelada. Aquel café era otra cosa: gloria bendita. Un café de verdad, no aquellas otras cosas que yo había bebido anteriormente. Todo cambió para mí aquella mañana de noviembre del año catapum. Desde entonces soy una persona mucho mejor, más feliz, más todo.
La cosa empezó en 1990. Ojalá yo hubiera ido por allí en aquel año. Una familia de Vigo abrió el negocio en la rúa Marquesa. Desde el primer día decidieron tostar su propio café. Fueron pioneros, de hecho más pioneros de la cuenta. No eran tiempos para aquello, pero a pesar de todo persistieron. Con ellos trabajaba Fini, que como comprobará usted es la pieza clave de esta historia. Aquella familia de Vigo al cabo de unos años dejó el negocio en manos de su heredero, pero afortunadamente el heredero se aburrió y traspasó el negocio a Fini. En 2010 entró Gonzalo en el negocio. Gonzalo es hijo de Fini, y a él no le aburre el negocio. El club del café sigue comprando el café verde a importadores de los mejores cafetales del mundo y lo tuesta para que usted lo beba en su cafetería o vaya allí a comprarlo para hacérselo en su casa.
En 2014, si no recuerdo mal, se trasladaron a la rúa Riestra, y desde entonces están ahí, frente a las Ruínas de San Domingos, sirviendo cafés y lo que surja y tostando para sus clientes los mejores granos de Colombia, Costa Rica, Brasil, México, Nicaragua, Kenia, Etiopía y Jamaica. Gonzalo se formó hasta conseguir el certificado internacional de barista. Los baristas son los que hacen café. Hoy, aparte de llevar el negocio se dedica a formar a hosteleros que quieren hacer buenos cafés y de vez en cuando organiza catas. En Madrid, Gonzalo se consagró como el tercer mejor barista de España.
Hoy, además de en su local de Riestra, vende café en Vigo, en Madrid, en Málaga y en los Países Bajos, además de en selectas tiendas gourmet y está elaborando un plan para distribuir sus mezclas entre hosteleros de primerísimo nivel, los que exigen una mezcla propia y un tueste personalizado. Eso le funcionará, ya se lo digo yo, porque un restaurador como Dios manda no puede andar por la vida sirviendo esos cafés como los que bebía yo antes de la revelación.
Yo soy mucho de ayudar a mis lectores. Por eso le digo que si es usted una persona cabal y responsable, que imagino que sí, irá al Club del café a comprobar que no miento. Un café puede ser cualquier cosa o puede ser un café de los de verdad, hecho con granos de los que recolecta gente como Juan Valdez y tantos otros como él que aman el café como lo ama Gonzalo. Gonzalo habla de café con entusiasmo, aunque prefiere ahorrar al consumidor cuestiones técnicas que sólo entienden los expertos como él. Simplemente hay que probarlo y comprobar lo bueno que está. Yo lo hice, como muchos pontevedreses que cruzan a diario media ciudad para desayunar el mejor café del mundo en un local que es un templo para los muy cafeteros, como usted o yo. Y no digo nada del café de después de comer, el que nos permite seguir funcionando hasta que se acaba la jornada.
Y eso es en Pontevedra, en esa Pontevedra que es algo medieval y algo del genial arquitecto Sesmero. Allí le recomiendo yo, si se sienta en la terraza, que lo haga mirando hacia las Ruínas de San Domingos. Le juro que no existe mayor placer que dejar el móvil en el bolsillo y disfrutar del mejor café y de uno de los encuadres más hermosos que ofrece nuestra ciudad. Déjese usted llevar por la imaginación, olvídese de todo y viva el momento, que no hay muchas oportunidades últimamente para relajarse y ser plenamente feliz. Y todo por el precio de un café.
Eso, señora mía o señor mío, es vivir. Complacerse con una conversación pausada o de un instante de soledad sabiendo que hay alguien que se desvive para eso, para que usted disfrute de algo tan sencillo y tan complicado como un café hecho con todo el amor del mundo. Hágame caso, que le estoy haciendo un favor.